Sabía que ibas a venir y me corté las uñas de las manos como a ti te gusta (como sólo una estrella de Youtube sabe hacerlo; así): derechas y sin tierra. Porque sabía que ibas a venir. Para ensamblar una revolución teníamos a mano algunas pelis de Pasolini, excepto todo el tiempo del mundo. Nos reímos del arte, sobre todo de Picasso ("¿qué hacemos con la etapa azul?"), de la técnica llamada dibujo a mano alzada, de la era técnica en general y de las manos alzadas en sí, de los aplausos a destiempo también. Por un momento creí que éramos jóvenes marxistas -no por lo que ocurrió sino por cómo lo escribo aquí, ahora-, pero supe ya entonces que en eso consistía ser uña y carne: una ontología de sábado para dos y el dolor burguoise que me queda en los dedos cuando me corto las uñas como a ti te gusta.
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1 comentario:
De tus fotografías me fijo en las manos. De lo que hay tras la cámara con que te ocultas nada sé. Me fijo entonces en tus manos, tus falanges. Son grandes, robustas, pero también parecen suaves. ¿Lo son? Tus manos. De pianista. O de escritor. Y también en las uñas. Me gusta la palabra lúnula, ¿lo sabías? En cada uno de los dedos y en su lecho ungueal ---a veces puede llegar a ser tan excitante decir lecho, no te lo imaginas porque es triste.
Y luego está la manera como mueves los ocho huesos de la muñeca. Hay muchos espejos que dicen que te han visto hacerlo pero desconfío ---los espejos, es bien sabido, son abominables. El cúbito y el radio. Para mí sigue siendo una incógnita irresistible: la vida, ese fenómeno cinematográfico al que, dicen, pareces saludar.
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